¿De quién huyes, insensato? También los dioses y el troyano Paris, habitaron un día los bosques. Recréese Palas en las fortalezas que ella misma erigió; ¡plázcanos a nosotros la espesura!
-VIRGILIO

A Publio Virgilio Marón, universalmente invocado con el nombre de Virgilio, se le atribuye la más perfecta expresión poética de la civilización romana, ese pueblo que, si bien se lanzó a la conquista de otros territorios, nunca olvidó el divino vínculo que lo unía al paisaje de la península y a las costas del Mediterráneo. Su obra más famosa, la Eneida, es una epopeya que narra la fundación de Roma por parte de Eneas, pero es en las Bucólicas donde la profunda conexión entre la capital del imperio y la tierra se vuelve patente.
La Naturaleza en las Bucólicas desempeña un papel transcendental, siendo mucho más que un simple telón de fondo. Símbolo del orden (logos) y de la belleza, en clara oposición con el caos y la agitación del mundo urbano, el campo descrito por Virgilio deviene un refugio perfecto, donde es posible la reflexión pausada, el amor puro y el consuelo.

Para el antiguo romano y para tantos otros y otras que vinieron después, el paisaje natural es un hogar del que fuimos sustraídos, pero que siempre nos aguarda para ser recuperado. Refugiándonos en la Naturaleza podemos escapar del agobiante ritmo de la vida moderna y reconectarnos con aquello que fuimos en nuestra más tierna infancia. Hay quien dice que los perfumes conducen al reino de los recuerdos. Y es que en aquel escenario se destilan esencias evocadoras, lazos invisibles que conectan los lugares visitados con nuestra más íntima biografía. Prados, arroyos, frondosos árboles y montañas distantes que bañan sus faldas en el océano, declaman su reconfortante poema para todos aquellos que están dispuestos a escucharlo.
En los campos que bien supo cantar Virgilio, el sol baña la piel de la tierra despertando aromas y colores efímeros. Cada flor hace donación de su esencia, obsequio que el viento transporta y mezcla con la fragancia de la madera, las especias y la sal. Son estas la materia prima de los perfumistas, artesanos que con acopio de paciencia y sabiduría destilan el aliento de la Naturaleza en frascos de cristal. En cada gota de fragancia, en cada varilla de incienso, en cada vela aromática, se condensa la magia de un universo vivo y eterno que llega a nosotros para brindarnos una experiencia sensorial inolvidable. Si esta es la ofrenda que nos aguarda más allá de los muros de Roma, ¡plázcanos a nosotros la espesura!